De mi niñez recuerdo...
Las partidas de mi padre a
trabajar, la enorme capa militar que usaba todas las noches. Era un
velador de estrellas. Había sido guardia rural durante casi toda su
vida y decidió, por razones de tiempo, dialogar en las noches con
los grillos y las sombras de la ciudad.
De mi adolescencia...
Mis escapadas de la casa
en los días festivos. El rechazo al grupo por la muerte temprana de
mi padre y un extraño afán por seguir con la mirada el vuelo
zigzagueante de las mariposas.
El artista nació cuando...
No sé si fue la llamada
del talento, pero me descubro dibujando con intensidad en las hojas
de papel de la bodega de un color blanco amarillo; echando a perder
mis libretas de la escuela repletas de imágenes; los regaños de la
maestra y mi pretensión de convertir la vida en líneas y colores.
A los 11 ó 12 años me vi
en una enorme aula con el carboncillo y los pinceles en la mano y una
banqueta donde me encaramaba para poder llegar al borde del papel.
Por lo demás, arrastrando todos los sueños de un adolescente de
provincia.
Si fuera un color seria...
Cualquiera, todos me
parecen interesantes.
El amarillo me asusta.
El violeta me remite a la poesía.
El verde me provoca intimidad.
El azul despierta mis anhelos.
¿Apasionarme realmente? El negro. Guarda un misterio que solo yo sé.
El amarillo me asusta.
El violeta me remite a la poesía.
El verde me provoca intimidad.
El azul despierta mis anhelos.
¿Apasionarme realmente? El negro. Guarda un misterio que solo yo sé.
De la afinidad con los pintores de mi generación...
Con todos y con ninguno.
Siento más afinidad con las generaciones que me pertenecen, las
irreverentes.
Respecto a la evolución de la pintura en La Isla...
Nada se detiene. Ni
siquiera la pintura. Todo evoluciona o se transforma; en ocasiones
más lento o más rápido. Las generaciones se contradicen o hablan
idiomas diferentes, otras cambian el mundo de lo establecido para
crear con el tiempo otra academia que trae también el germen de su
contrario.
Claro que se están
haciendo cosas nuevas. Vamos los artistas desde hace tiempo más
rápido que los políticos, abriéndonos al mundo y a nuestra
realidad. Por lo demás, el mundo del arte se ha achicado mucho, ves
casi lo mismo en Chile, Japón o Venecia.
Cuando intentan apagarte la luz...
Los artistas, escritores,
músicos o pintores, si lo son realmente, son por naturaleza
soñadores. Eso da una extraña capacidad para cuestionar con creces
cuanto creamos. Miramos las cosas de lejos y tratamos de llenarnos de
estimulantes contradicciones, un proceso que permite no encasillarnos
mucho. He buscado, sin suerte, unas palabras de José Martí que
decían algo así como que el conocimiento de varias filosofías
permitía no esclavizarse a la dictadura de una de ellas. Algo más o
menos así, en esencia.
Cuando la mediocridad
tiene el poder, siempre está lista a apagarte la luz cuando escucha
verdades o criterios que no coinciden con los suyos, cuando ve
peligrar su estabilidad. Trata no solo de apagarte la luz, sino
también de aplastarte, de una vez. Hunde con fuerza lo que para ella
constituye un peligro. Son las luchas sociales del hombre. Son las
luchas del pensamiento.
Por suerte, siempre
existen los que no forman parte de ese grupo y llegan a alcanzar
también sitios de poder y pueden frenar los grandes disparates de la
mediocridad más absurda. A todo el mundo no se le puede entregar el
poder de decisión sobre un sitio o un país.
Todo esto que hablo me
recuerda a mi casa de infancia y a mi padre. Militar de oficio,
pensaba que podía dirigir la casa como si fuera un ejército.
Llevaba un régimen en el hogar férreo y duro. Su voz era la primera
y última que se escuchaba. Mis hermanas no tenían ni voz, ni voto y
mamá, la única que podía contradecirlo, terminaba plegada a sus
criterios. Todos temblaban cuando entraba en la casa con sus botas y
polainas. Se bajaba de un caballo enorme y con voz fuerte disponía
sus leyes. Había llegado a su cuartel.
Cuando partía, se
lograba respirar. La casa volvía a la democracia. No se puede
dirigir un país tampoco como si fuera un ejército. Cuando murió
papá, imagen que tampoco he olvidado nunca, mamá asumió la
dirección de la casa con uno de mis hermanos, y las hembras
respiraron la independencia añorada, pero aún así mamá guardaba
mucho de papá. Lo cierto es que la vida fue otra cosa para todos.
Donde quiera y a todos los
niveles, hay quienes piensan que tienen el derecho supremo de
censurarte o taparte la boca que es algo así como intentar apagarte
la luz.
A mí me da por encender
con más fuerza la llama. No huyo de casa, ni abandono mis armas. Al
final la mediocridad nunca ha logrado imponerse en este cuartel. Y
esta tierra es, quiérase o no, mía también.
Si yo fuese un cielo...
Si fuera un cielo sería
el que contemplaba El Principito, de Saint-Exupéry. Cambiaría mi
horizonte a cada mirada y albergaría en casa todas las estrellas del
universo.
Si fuese una canción...
Si fuera una canción me
gustaría ser una canción de Serrat. “Llueve”, por ejemplo, me
duele infinitamente, pero estimula mi espiritualidad.
Sueño con...
Tengo un amigo en franco
estado de locura que me visita a veces en un vago intento porque le
explique el mundo. ¡Qué voy a explicarle yo si me lleno de lógicas
y absurdas contradicciones!
Sueño con pintar el cuadro que nunca pude y va ya quedándose irremediablemente inconcluso.
Sueño con pintar el cuadro que nunca pude y va ya quedándose irremediablemente inconcluso.
Sueño con un país sin
odios, sin miedos, abierto al vuelo y al respeto pleno de la
individualidad, un país donde la libertad de expresión e
información sea el pan diario.
Un país sin militares con
o sin uniformes. Donde no sea una violación constitucional
pertenecer a un partido u otro porque siempre insistiré que todo ser
humano tiene el derecho de reunirse con quien piense igual. En este
mundo tiene que haber espacio para las hormigas, los camaleones y
las chirimoyas.
Hace un mes tocó a mi
puerta un señor vestido de blanco bajo una lluvia fuerte y fría.
Tenía delante de mí a uno de los poetas más importantes del siglo
XX, Thiago de Melo. Aquello parecía algo imposible. Lo abracé, como
quien se encuentra con un hermano. La vida aún hoy me sigue dando
alegrías. Recordé su poema “Los estatutos del hombre”. Todavía
sigue creyendo en su utopía. Cuando partió sonriente, agitado me
dejó creyendo aún más en el ser humano y la posibilidad de
cambiarlo todo.
Sueño con expulsar de la
casa los rencores que sembraron tantos años de dogmatismos porque al
final, pasado el tiempo, las generaciones nuevas, alejadas de los
hechos originales, armonizarán quiérase o no con el contrario
porque el odio habrá perdido su color.
Hoy no hay proyecto social
que resuelva la angustia del hombre. Habrá que crearlo. Aunque
cueste dolor todo resulta tan incierto y las verdades cada día son
más relativas. Da lástima.
No soy un político. Solo
soy un hombre que intenta vivir su tiempo y que ha deseado dejar
constancia de la época que le tocó la piel y el corazón. No puedo
separar mi pintura, por más que quisiera, de la vida sociopolítica
de mi país.
¿De quiénes será el
mundo mañana, mi mundo, este que me rodea? ¿Cómo estará
repartido? ¿Acaso en manos de los hijos de los hijos? El mañana
sigue siendo incierto, inseguro, porque los momentos de caos también
son momentos de oportunismos.
¿Qué puedo explicarle a
mi amigo cuando se va de casa loma abajo, hablando solo y golpeándose
el pecho? Yo tampoco sé de qué color vendrá la primavera esta vez.
Deje de creer en...
Dejé de creer en el
retorno de mi madre después que partió al cabo de 100 años. La
esperé un tiempo y al ver que no regresaba supe que estaba
irremediablemente solo.
Dejé de creer en la
trampa luminosa de una luciérnaga, en las “verdades” de la
demagogia, en el croar de una rana, porque en América todas lo hacen
diferente.
Dejé de creer en la
sombra ancha de una ceiba porque a los grillos, la verde hoja de la
lechuga le era suficiente.
Deje de creer un poco en
algunos amigos conocidos, pero aprendí a cultivar el amor de otros
que me tendieron la mano abierta y desinteresada.
Un deseo...
Abrir la puerta de mi casa
y descubrir que alguien me dejó de regalo el mar, o la sonrisa
esperanzadora de un niño con un pez azul entre sus manos.
Desde este humilde blog quiero agradecer a Pedro Pablo Oliva su inmensa generosidad y sus atenciones para conmigo.Agradecer también a ese ser de luz que tiene a su vera,su hija Silvia Elena Oliva Sanz,que sirvió de puente,para que estas reflexiones a los cielos, pudieran ver la luz necesaria.A ambos mil gracias.
Si queréis deleitaros con el talento de este magnifico pintor cubano, os invito a visitar http://www.pedropablooliva.com/home.php
Es la humanidad hecha hombre, además de ser un artista inmenso. Una suerte que se te haya 'dado' de esta manera. Una suerte que podamos 'escucharle' y de alguna manera SENTIRLE.
ResponderEliminarGracias, Montse, mil gracias!!!
Querida Elisa,para mi ha sido un gran regalo que Pedro Pablo haya accedido a compartir parte de su esencia con todos nosotros.Desde el comienzo manifestó su ilusión por participar en este espacio,como me decía su hija,estaba como un niño obsesionado.Sentía la necesidad de decir mucho con muy poco y creo que el resultado ha sido un ejercicio de coherencia y honestidad muy satisfactorio.Ojala sean muchos los que puedan posar sus ojos en sus palabras y logren aprender a descargar sus pesadas mochilas de perjuicios para cargarlas nuevamente de esperanza y aire fresco.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande Elisa