"La mente tiene que abrir puertas y ventanas.Es los que aprendo cuando me quedo sin aire, si me coge la mano..."
Eloy Enrique Valdés
Imagen de Aaron Sosa |
El viaje de Teresa
A Teresa le cuesta recordar con veinticinco años, y quedan las ganas de correr descalza por el patio otra vez, sentir las ráfagas de viento en la cara y cerrar los ojos con la misma certeza. La sangre abandona el piso, siente que sube por su cuerpo. A pasos se desprende de aquellas ropas, cada gota desaparece por la nuca y no entiende por qué. Observa toda la habitación destrozada, los moretones de sus muslos de un color azulado, van matizando las tonalidades de a momentos, pasan al verde, al amarillo y terminan por una piel que ya no siente suya, se vuelve ajena, una desconocida cruzando la lanchita de Regla, no habla su idioma, no dice hola ni adiós. Desde el principio, estar sola no fue lo peor. La risa no le producía cansancio, hasta aquel día casi en tinieblas cuando reconoció otras manos diferentes, ásperas como el salitre del mar tan cercano. Cuerpos pestilentes sobre la piel, de eso se trataba. Hombres con máscaras, idénticos y desnudos que la sacaron a empujones de un coche rojo. Hasta que llegaron quién sabe donde, preguntó qué lugar era ese, había un colchón en el piso, sin color. Uno primero, después el otro. Preguntó qué lugar era ese, tenía miedo de morir, permanece inmóvil, detrás de ellos amparada por el suelo y la penumbra. Las lágrimas se detienen, la vida es larga pero lo hicieron mal y de prisa. No puede recordar muy bien el cuerpo disperso por el piso cuando es abandonada en la muralla. Vuelve a la esquina del gran teatro pero está amaneciendo, guarda sus medias en el bolso, desmaquilla su rostro despacio. Ya no siente dolor, ni encuentra sus gafas para el sol tan molesto. Vuelve a su casa, los bostezos una y otra vez. Prepara un té helado con hierba buena, una receta de la jinetera del barrio. Puta y amiga de las del alma. No importa si las observan juntas en la tienda, escogiendo un vestido corto, y barato para la noche. Teresa se mira al espejo vuelve a tener la talla mediana, escoge un cinturón de cuero y con cascabeles en la punta. Aprieta con fuerza su cintura pero son incómodos los tacones. Siente que ninguno de los amigos comprenda su vuelta con los abuelos, duele no empezar con un destello de colores en la mirada, como cientos de mariposas revoloteando. Muchas lágrimas, pero hay que superar la tristeza el resto de los días, de eso se trata. Palabras fugaces pero llegan aún. Andaba de un lugar a otro, presiente que vuelven las mudanzas, se deja llevar. Mira el mar perderse en la penumbra de un coche antiguo, rosáceo, divertido que le guiña sus ojos. A Teresa le invade un fuerte dolor entre los riñones y el estómago, un dolor ajeno como los carnavales, el cementerio de conchas de mar y que no reconocía. Corre hacia el baño, mira sus bragas que tienen una mancha alucinante de color marrón. Asustada le comenta a la jinetera, la puta más bella de la Habana Vieja. Ella sonríe-"no pasa nada, es lo más natural". Enseguida le brinda sus primeras lecciones de higiene y cambia sus bragas. Teresa comienza con el uso complicado de un corpiño blanco, es molesto y suda en toda las esquinas de la casa, tenía ganas de usar un ajustador o sostén a toda costa. La punta de los pezones hacia fuera, quieren salir de su cuerpo, empujan a derecha, a izquierda, esto le produce un cierto picor, cosquilleo que la descubre no tan adulta, hembra pequeña que busca muñecas de trapos por las rincones. Las chicas de pueblo suelen ser más pudorosas, tienen miedo del volumen de caderas que no acaba de llegar, procesos internos, silencios, pero Teresa ya no se preocupa. Siente el cosquilleo en sus manos cuando juega en el estanque, un retozo inocente que no dura mucho como las hojas de girasol que flotan por el agua. Muchas lágrimas al perder su muñeca de trapo hasta que llega la abuela, le abraza con fuerza y el cuerpo de Teresa es endeble, con pecas ya:-"Hay que superar la tristeza el resto de tus días Teresa, de eso se trata". Mira extrañada a su abuela, balbucea sílabas de otro planeta, -"o-ghus", -"ti-ti ti", -"aaaaaaa", de forma clara, solemne como nueva herramienta expresiva que aparece y perfecciona, sonríe con ganas y sigue gateando por el piso de mosaicos, el cuerpo le intercepta un humo gris que viene de la chismosa colgada en la ventana. Teresa vuelve a sonreír, mientras se pierde debajo del piano como una cabezuela floral de diente de león, un punto silvestre que flota en el aire y se enreda en el polvo, la humedad y la luz.
Eloy Enrique Valdés
Desde este humilde blog,quiero agradecer la inmensa generosidad de Eloy Enrique al haberme regalado la posibilidad de compartir con todos vosotros este maravilloso cuento publicado en su último libro "Agua por todas partes".Este libro,forma parte de un interesante proyecto de un movimiento cultural promovido por el autor,os facilito la dirección para que podáis saber en que consiste, www.yagruma.org/p/565002/agua-por-todas-partes.También quiero compartir con vosotros el blog de Eloy en el que encontrareis reflexiones y extractos de este libro que desde aquí ya os recomiendo,http://eloy-enrique.blogspot.com.es
Comocía este relato, pero al leerlo por segunda vez, se le ama.
ResponderEliminarSiempre un placer leer a Eloy Enrique, reconozco al vuelo ese estilo tan suyo, lleno de la belleza del desamparo...
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