ADAGIO
Aquí no ha pasado nada y nada ha de pasar. Pero bien: siempre en los libros las cosas se narran después que se ha descrito el lugar del suceso. Hemos leído largos, queridos libros que añoramos hoy, que recordamos con ese doloroso y amable sentimiento de las cosas más preciadas, en que se nos hablaba de grandes acontecimientos después que el escritor se regodeaba en descripciones de cortinas y cristales, de joyas y damas enjoyadas, de finas bisuterías, de sedas y jarrones, de estatuas sin ropas y con relucientes culos azulados, puliditos, en impresionantes y cuidados gestos de descuido. Pero aquí, en esta casa, nada ha de pasar en este día.
Es diciembre, pero no es invierno; o es invierno a la criolla, así-así, sin más que aire por las calles y un calor de brazos cubiertos en los salones. La gente se abufanda, se abriga bien el cuello par ahogarse de calor con sonrisas invernales. Es este invierno nuestro, cuyo centro está dado en tres o cuatro días, allá, a la muerte de diciembre, y ya no más, pero en el que todo el mundo saca naftalinados suéteres, gabardinas, sobretodos.
Dentro de esta casa hay mucho frío viejo en las paredes, en los pequeños objetos colocados desde hace tanto tiempo. Hay un aire de estirado invierno en cada cosa minúscula, doblemente casera; lo mismo en la repisa que en el encaje, en la cortina de puntos -¡cuántos puntos para esa cortina allá por los diciembres anteriores!- que en el doblez amarillento de un gastado tapete. Hay frío y hay temores en esta casa. No porque haya ocurrido nada; no para que ocurra nada. Por nada y por todo hay frío en esta casa. Y en esta habitación, las telas que cubren la cama, las sillas de pajilla tejida, la coqueta, la lámpara pequeña y azulosa y también esta mujer que se peina ante el espejo que tanto y desde tanto la conoce; aquí todo tiene frío y tiene miedo.
Ella, como ayer, ha venido a sentarse ante el espejo y, como ayer, ha visto esas mismas arrugas continuadas que se forman y se ahondan cada día. Como ayer ha sentido el presentimiento de que algo va a suceder. Pero no sucede nada. Al menos dentro de esta casa. Y ha ido a la ventana, y ha mirado esa plaza; los árboles se ven más frondosos desde arriba y la gente, con prisa, luce más pequeña en su pequeñez, al lado de los árboles. Ya no transita mucha gente a esta hora. ¿Por la hora? Y de la calle viene un aire, no tan juguetón, que mueve las cortinas.
En esa plaza y en esas calles ocurren muchas cosas. Sí, hay grandes acontecimientos, como oleadas, que llegan desde afuera; pero rebotan, se van -no interesa a la vida de acá adentro la vida de allá afuera.
Y, ¿qué importa a esta mujer que se mira al espejo hoy del mismo modo que ayer lo hiciera, que estibadores o estudiantes, hace unos días, atravesaran esa plaza vociferando, con carteles, y que desaparecieron por esas calles, como haciendo mutis en un gran escenario? En esas calles se vive y se muere y se trabaja; pero ¿qué importa a una mujer, a la que nunca ha sucedido nada, rodeada de sus mismas cosas desde siempre, que acontecimientos impensados estremezcan las calles de esa plaza?
Se ha sentado a pensar en sus pequeñas cosas. Si ha entrado muy violenta la brisa, ha cerrado el cristal y ha continuado con sus pensamientos. Y si ha escuchado un ruido ligero, después de un momento de atención, ha vuelto a pensar las mismas cosas: la cortina es azul, los muebles caoba, la repisa de cristales, los mosaicos blancos, la luz está apagada. Porque es necesario repetirse para no conocer sucesos que molestan.
Y, ¿por qué ha de marcharse el hijo de la hermana hacia esos montes, si él nada puede resolver? Ella lo dijo: la cosa no es que se alce un muchacho enfermizo como él, sino mucha gente. Que se alce mucha gente.
Ahora vendrá la hermana a lamentarse cada día: ¿enfermará?, ¿sufrirá?, ¿quizás ha de morir? ¿Por qué no dejan las cosas como están? Ella tendrá que soportar todos los días los lamentos, las noticias, las esperas. Y vendrán gentes que darán informes, y se irán. Pero ella queda guardada entre sus cosas. Es mucho mejor estar en espera de algo, que permanecer sin moverse, pero además, sin esperar ya nada.
Mañana el día será como los anteriores. En la plaza, y en el banco que está debajo de la ventana, se sentarán esos dos viejos que cada mañana leen el periódico y conversan al sol; o tal vez uno de ellos ya no venga. Las mujeres pasarán con jabas, con carteras, con velos; al mercado, a misa, a casa de una amiga. Los niños jugarán. Vendrá el periódico, que ella no leerá, y el vendedor de flores o el de viandas.
Y así, las cosas para esta mujer continuarán siendo las mismas.
Quizá recuerde, por un momento, días pasados que fueron distintos o algunos nombres; para pensar después qué fue de aquellos nombres y qué de aquellos días; para concluir con la distancia que separa a esos días y a esos nombres, de este día y del nombre de ella.
Porque es así que a una mujer sola ante su espejo le vienen al recuerdo días y nombres sin asociarlos con ella. Y es así que a una mujer, a quien nunca ha sucedido nada, le parece que nada sucederá jamás.
¿Por qué los estibadores corren por las calles y gritan llevando cartelones, si su labor es cargar y descargar? ¿Por qué el hijo de la hermana decide irse a esos montes y enfermarse, o morir?
Pueden decirle pesimista; a ella no le importa. Ella tuvo también su entusiasmo y su prisa. Pero los nombres de aquellos días no se unieron al suyo y los días pasaron.
¿Por qué no dejan las cosas como están? Pero he aquí que ha sonado el teléfono y a su oído han pronunciado un nombre seguido además de la palabra "muerte".
Ella se ha sentado de nuevo ante la ventana -antes ha cerrado muy bien los cristales y las puertas, se ha cerciorado de que la luz está apagada, pero: ha dejado de peinarse- y ha mirado a la plaza, repitiendo mentalmente: la cortina es azul, los muebles caoba, la repisa de cristales, los mosaicos blancos, la luz está apagada.
Vendrá un nuevo día. Pasarán mujeres. Los niños jugarán. Los dos viejos vendrán a leer el periódico, conversar y tomar el sol; o tal vez uno de ellos ya no venga. ¿Lo ven? Aquí no ha pasado nada... Es diciembre, pero no es invierno; o es este invierno nuestro, así-así, sin más que aire por las calles...
Reynaldo González
Publicado en cubaliteraria.com
A orillas del mar. Roge Durán Gómez
…Y confundimos la estatua de la libertad
con la espuma de la Coca Cola
mirando las olas del mar
Y con la fe de Colón
de llegar a un lugar
nos entro Satanás
con la vida y la muerte pendiendo al azar...
...Y construíamos nidos con ruedas de caucho
y escuchábamos ruidos en forma de aplausos…
[A orillas del mar, Gerardo Alfonso]
con la espuma de la Coca Cola
mirando las olas del mar
Y con la fe de Colón
de llegar a un lugar
nos entro Satanás
con la vida y la muerte pendiendo al azar...
...Y construíamos nidos con ruedas de caucho
y escuchábamos ruidos en forma de aplausos…
[A orillas del mar, Gerardo Alfonso]
Esta es una pequeña muestra de los esplendidos trabajos que realiza el fotógrafo cubano Rogelio Dúrán Gómez desde La Habana. Si queréis conocer más trabajos de Roge,os invito a visitar www.elparpadodelosdurmientes.blogspot.com
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