domingo, 6 de noviembre de 2011

Tributo a una madre. Hermanos Abreu



Estaba entretenido mirando la foto de mi madre que colgaba en la pared.Sonreía.Como cuando me traía un poco de café y se sentaba a mi lado en el sofá, después de arreglarle cualquier cosa en la casa.La misma sonrisa,quizás del día que le puse losas en la cocina.Se entusiasmaba con todo lo que le hacía y me elogiaba hasta el cansancio.Es linda la foto.Un mechón de pelo le cae sobre las cejas y el ceño fruncido le hace arrugas en la frente.Al fondo unas carrozas.Es un retrato que recoge con delicadeza su intensa ternura.Saludó inclinando la cabeza,en el momento de tirar la foto.Tenía puesta una blusa azul muy sencilla.Las flores rosadas que la adornan,no sé por qué,me recuerdan al romerillo.Sobre el pecho tostado por el sol resalta la cadena de oro sosteniendo un extravagante crucifijo.La he colocado en el lugar preciso.Con sólo levantar la cabeza recuerdo como reía.Entonces me imagino las manos,unas manos frescas que la representaban,torpes,llenas de lunares,y los dedos gordos que terminaban en unas uñas mordisqueadas.En el altar,a los pies de la virgen,está un pedazo de la pulsera que heredó de su abuela Tata.Ni la fe de mi madre pudo evitarlo.Le he puesto flores,le gustaban las flores,el olor,lo inofensivas que se presentan.Siempre las flores atravesadas en el camino.Flores para cuando uno está enamorado.Flores para la boda.Flores para adornar las iglesias.Flores para las coronas.Las flores siempre marcando el principio de todas las desgracias.
Nicolás Abreu




Por la tarde convencí a mi madre para que me acompañara al estanco.Quería comprar cigarros,ahora estaba fumando Fortuna Lights.A pesar del frío,la tarde estaba de un azul que hería los ojos y no había viento,así que no me fue díficil,ya en el estanco,embullarla para seguir hasta la galería,pasear un poco y de paso comprar frutos secos y aceitunas aliñadas que la arrebataban.Mi objetivo era sacarla de la casa,hacerla caminar.Levaba semanas con uno de esos estados depresivos suyos,que eran para enloquecer a cualquiera.Yo ya no sabía que hacer,nada la entretenía,nada la sacaba de aquel letargo.Se pasaba el día echada en la cama,tapada de pies a cabeza con varias frazadas,y sólo se levantaba para ir al baño.Era terrible hacerla comer,a duras penas,haciendo mil muecas,tragaba algún bocado o tomaba un buchito de refresco.Cuando uno menos se lo esperaba rompía a llorar y nadie podía consolarla. Teníamos que esperar a que se le pasara.Había salido de Cuba hacía ya dos años pero no era feliz.Atrás dejó la casa dónde creció y donde nacieron sus hijos.Su ciudad era ahora una dirección en las cartas y ella no quería aceptarlo.También lo entendía.Sus hermanos todavía deambulaban por aquellas calles y le contaban de cosas que ella no podía remediar.Su mundo ahora estaba roto y disperso.Una parte seguía en Cuba,junto a sus muertos.El resto estaba regado por el mundo:tenía hijos en Miami,en California;en Costa Rica;y yo,el último en salir de Cuba,con ella,en Madrid.
José Abreu




Las conversaciones con la madre los regresaban siempre a la tierra natal.A él no le interesaban ya aquellos ejercicios nostálgicos,pero le seguía la corriente.La nostalgia era parte de la tranquilidad que disfrutaban.Una tranquilidad ganada gracias a la capacidad de pasar inadvertidos,gracias a una reclusión voluntaria.La felicidad se manifestaba sencillamente.Llegaba del trabajo,abría la puerta de la casa (siempre decían casa aquella aunque se trataba de un apartamento) y allí estaba ella sentada frente al televisor.Entonces sentía aquella extraña sensación de pertenecer.Y el tiempo empezaba a frenar cuando cruzaba el umbral.Le pasaba la mano por la cabeza al seguir el rumbo a la cocina.Su entorno y su propia vida adquirían un sentido que emanaba de su presencia.De que estuviera allí.
Juan Abreu




Estos tres fragmentos,pertenecientes al libro "Habanera fue",Muchnik Editores, forman parte de un tributo que los hermanos Abreu rindieron a su madre,fallecida en un fatal accidente en Miami en 1995.