lunes, 30 de abril de 2012

Dos regalos. Antonio Álvarez Gil y Abilio Estevez








"Nunca sabremos hasta donde puede conducirnos un inocente paseo por la ciudad. Caminamos entre miles de personas desconocidas sin detenernos a pensar en quiénes son ni a qué se dedican, de dónde vienen ni hacia dónde se dirigen en ese instante. Normalmente, ni siquiera miramos a los ojos de los seres humanos con quienes nos cruzamos en las aceras, de esos hombres y mujeres que esperan junto a nosotros el cambio de luz para pasar la calle. En el mejor de los casos su vida es un signo de interrogación; en el peor, un espacio en blanco; pero simpre un misterio imposible de resolver. No sabes quiénes son, pero existen, están ahí. Son ocho millones y recorren a diario las calles de Moscú, llenan los mercados, los trenes del metro y las tiendas por departamentos. Cada una de ellos tiene un pasado y lleva un mundo de historias a sus espaldas; cualquiera puede ser un héroe, un sinvergüenza o un ladrón. Todos van en pos de algo, alimentan ilusiones o rumian desengaños; pero están a tu lado, frente a ti, junto a ti, alrededor de ti. Están, al contrario que tú, en su medio natural, en el sitio donde han estado siempre. Unos irán pensando en cómo conseguir un empleo o mejorar el que tienen; otros, en dónde encontrar un compañero para compartir una botella de vodka. Alguno de ellos necesitará pagar las cuentas, cambiar el apartamento, explicarle a su pareja por qué ha llegado tarde a casa. Habrá quien espera un hijo, quien se ha despedido de su amada, quien huye de una obsesión o es víctima de otra. Tanta y tanta gente en unos segundos, cara frente a cara. Todos se cruzan pero nadie saluda. Cada uno en lo suyo, la mirada obstinada, sin detenerse en la del otro, siguiendo su ruta, caminando en su rumbo. Miles y miles de personas que miras sin apenas ver, que entran un instante en tu mundo y desparecen enseguida, para no volver. Quién ordenará sus vidas, quién conocerá lo que se trama en sus conciencias, quién, en fin, regirá todo ese caótico universo.
Hubo un tiempo, cuando estudiaba, en que me identifiqué sobremanera con el pueblo ruso. Me sentía tan cercano a la gente que me rodeaba, que a veces me parecía ser uno de ellos, uno más. Aprendí tan bien el idioma que conocía tantos tacos como mis amigos del país, algo muy importante para hacerte valer entre la gente de la cale en Rusia. Aunque no me gustaba ni solía hacerlo, podía beber vodka casi tan gallardamente como ellos, y en ciertos momentos hasta llegué a extrañarme de mi pasado en Cuba. Moscú podía haber sido mi lugar en el mundo. Sin embargo, al regresar a mi patria, todo volvió a su sitio. Por suerte, me supe tan cubano como siempre, y las cosas rusas fueron quedando reducidas al ámbito del hogar,a mi esposa y a mis hijos, a quienes Vera se empeñaba en enseñar su idioma y su cultura, sus tradiciones. Yo me fui alejando poco a poco de Rusia, sembrándome cada vez más en mi país. Volví a ver en Cuba mis orígenes y visité de nuevo a mis familiares,que vivían dispersos por los campos de La Habana. A pesar de la presión del gobierno, algunos de ellos seguían aferrados a sus pequeñas fincas. Eran auténticos guajiros cubanos, especie en franco proceso de extinción, cada vez más escasos, desparecidos casi por completo como grupo humano en el país. Y en los hogares de esos parientes de tierra adentro volví a escuchar el punto cubano de mi infancia, pude disfrutar durante algunos años más de sus canturías, de las rústicas décimas que entonaban al son de sus guitarras, sus tiples y laúdes.
Pasados, en fin, quince años de estancia en Cuba, dije una vez más adiós a mi país y regresé a Moscú. Ya no era el muchacho que había desembarcado mucho antes en el puerto de Odesa, capaz de adaptase y hasta fundirse con el medio que lo rodeaba. Ahora yo reconocía los rincones de la ciudad en la que había vivido de joven, los parques donde solía pasear con las ,muchachas rusas de mis años de estudiante, pero sentía la distancia que me separaba de aquel mundo. Lo conocía mejor, pero había dejado de pertenecerme. Tenía, sin embargo, un atractivo nuevo, algo que me intresaba cada día más: la perestroika de Gorbachov. Aquel año de 1989 parecía decisivo. Tanto dentro de la sociedad soviética como en los países del bloque aliado soplaban con fuerza los primero vientos del huracán que se nos echaba encima..."

Antonio Alvarez Gil
Fragmento de Callejones de Arbat
El libro está disponible en Barnes & Noble en el siguiente enlace:http://www.barnesandnoble.com/w/callejones-de-arbat-antonio-alvarez-gil/1109196015








"Se acepte o no, todos tenemos un jardinero en
nuestras vidas. Es lo habitual. Y no es extraño que ese
jardinero aparezca para alterar radicalmente el curso
de nuestro destino. Una autoridad semejante sobre
la vida y sus designios es consustancial al espíritu de
los jardineros. La aparición del mío, de mi jardinero,
fue casi una alucinación en medio de un mediodía diferente. Un mediodía en que la brisa subía desde el
lado del Obelisco con un lejano olor a tierra y a lluvia, y formaba remolinos de hojas, ruido de ramas y
gorriones, eso que siempre, a aquella hora, parecía
ilusorio en Marianao. El barrio se retiró dispuesto
a ceder, a adormilarse, o cuando menos a esconderse de la luz y a disfrutar de una tregua en medio
del bochorno. Las calles se apaciguaron. Las ventanas
abiertas parecían cerradas. Las cortinas se agitaron
levemente, y también las prendas de ropa en las tendederas. La canícula dejó de pesar como un saco de
piedras sobre el cuerpo. Aquel respiro tenía también
que ver con la modorra del almuerzo, acompañada
por los novelones radiales que sólo podían escuchar-
se con los ojos cerrados y las entendederas entumecidas por un sopor que lo empapaba todo. La calma
quedó flotando sobre el vapor de la neblina y se
mezcló con las vocalizaciones declamatorias y lloriconas de los actores radiales. Susurro de ventiladores, olores de comidas recientes, voces afectadas que
parecían llegar de otra realidad. El fresco trajo alivio
a los castigos divinos. Un mediodía diferente, sí, al
menos con una nueva esperanza, la lluvia. Como siempre que eso sucedía, me creí más libre. Casi podía
ver la brisa subiendo desde el Obelisco e incluso desde más allá, desde las colinas, se deslizaba en dirección al monte Barreto y pasaba por el mar, hacia el
horizonte. Ni siquiera se escuchaban los habituales
disparos del campo de tiro del cuartel. Deambulé por
el patio. Me sentí dichoso por la soledad, sin buscar,
sin desear, sin esperar nada. El patio se volvió inmenso, casi una quinta, y me dio placer andar por
entre los arriates, los árboles, las flores, las matas raras, donde se pudrían los mangos, de tan abundantes,
y picoteaban gallinas, algún gallo; había también tres
chivos, varios gatos, muchos perros mansos. Hasta se
veía bonita la fuente seca que aún mostraba la marca
remota del agua que había brotado de ella cincuenta años atrás, cuando La Habana se hallaba mucho
más lejos de la casa y a Marianao sólo se llegaba en
tren o en guaguas de palo tiradas por caballos. Me
acerqué al pozo ciego cubierto de piscualas. Un poco
más allá, se alzaba la cerca que limitaba el patio con
el del vecino, llamado el Generalísimo. Le decían así
porque era enanito y feo y mala persona, y tenía la
voz ridícula y se apellidaba Franco. Daba clases de
esgrima a los cadetes y oficiales del ejército y, según
contaban los criados de la casa, era tan cursi que llevaba siempre una bata azul de satén sobre su cuerpecito desnudo. De joven, el Generalísimo había sido
viceministro de Defensa en una presidencia conservadora. Tenía fama, dinero y la casa más opulenta, el
jardín más grande del barrio, chofer, cinco sirvientes
(todos hombres jóvenes) y un jardinero.
Satisfecho con la soledad, la pereza y la proximidad de la lluvia, me eché boca abajo sobre la hierba. Cerré los ojos, recordé unos versos de mi libro de
lectura:
¡Cuán grato vivir en calma
consigo mismo, sin penas
que gemir,
y en su mundo absorta el alma,
el curso del tiempo apenas
percibir!"

Abilio Estevez
Fragmento de "El año del Calipso"
El libro está disponible en el siguiente enlace:
tusquetseditores.com/titulos/la-sonrisa-vertical-anyo-del-calipso

Desde esta humilde ventana quiero agradecer la ayuda inestimable de mi amigo Barbarito,que en esta entrada ha sido alma y sol.También quiero aprovechar para agradecer a Antonio y a Abilio su gran generosidad y su esplendida querencia.

3 comentarios:

  1. ¡¡Que GRANDE eres Montse!!
    Nuestra buena literatura no sería lo mismo sin tu Amor por los libros.

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  2. Los Grandes son ellos!!!! Parte de ese amor,te lo debo a ti por enriquecer mis días a través de tus buenas recomendaciones.Gracias Barbarito!!

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  3. Es un placer y un honor compartir la amistad de estos Grandes de nuestras Letras.
    Brillantes escritores. Excelentes personas.

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